«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5:7).
Este martes 18 de febrero, con corazones humildes y manos dispuestas, retomamos nuestra labor en el comedor social de Valvanuz. Somos caballeros templarios de la orden SmothMit, guerreros de la fe llamados no solo a proteger el sagrado misterio de nuestra creencia, sino a reflejar el amor de Cristo a través del servicio a los más necesitados. Nuestra espada no solo defiende la justicia, sino que también corta las cadenas del hambre y la desesperanza.
Desde el alba, cada uno de nosotros se preparó para la jornada, entendiendo que servir en el comedor no es una simple labor, sino un acto de entrega inspirado en la vida de nuestro Salvador. Como dice la Escritura: «No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (Hebreos 13:2). Cada persona que cruzó la puerta del comedor nos recordó que en el rostro del necesitado brilla la imagen de Dios.
La jornada comenzó con la limpieza y preparación del espacio, asegurándonos de que cada rincón estuviera listo para recibir a nuestros hermanos con dignidad. El cuidado con el que dispusimos las mesas y preparamos la comida reflejaba nuestra convicción de que el servicio al prójimo es una forma de adoración. Se sirvió un potaje de lentejas de primer plato, filetes de pollo y cerdo como plato principal y un postre de piña con yogurt. En tres turnos consecutivos, atendimos a 55 personas, cada una con su historia, su carga y su esperanza.
Durante la comida, escuchamos relatos que conmovieron nuestros corazones. Un hombre nos compartió entre lágrimas su testimonio: había perdido todo, pero no su fe. «El Señor es mi pastor; nada me faltará» (Salmo 23:1), recitó con voz firme, recordándonos que la confianza en Dios es la luz que nunca se extingue, aun en las noches más oscuras. Sus palabras fueron un testimonio vivo de cómo el amor de Cristo se manifiesta en la ayuda fraterna.
Este ha sido nuestro sexto día en el comedor social de la Virgen de Valvanuz. Cada jornada refuerza en nosotros el compromiso con la caridad y el servicio, valores que han guiado a los templarios a lo largo de los siglos. No solo protegemos templos de piedra, sino también templos vivos: los corazones de aquellos a quienes servimos. La enseñanza de Jesús es clara: «Porque cualquiera que os diere a beber un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa» (Marcos 9:41).
En cada plato servido, en cada palabra de aliento, sentimos la presencia del Señor obrando a través de nosotros. No somos meros voluntarios, sino instrumentos de la misericordia divina. No buscamos reconocimiento ni gloria terrenal, sino el cumplimiento del mandato sagrado: «No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3:18).
El camino templario es más que una hermandad; es una vida de sacrificio y devoción. Cada acto de servicio nos recuerda que la verdadera batalla se libra en el corazón, donde debemos derrotar el orgullo, la indiferencia y la comodidad. Somos llamados a ser luz en la oscuridad, faros de esperanza en un mundo que a menudo olvida a los más vulnerables. «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder» (Mateo 5:14).
Que la Virgen de Valvanuz y nuestro Señor Jesucristo continúen guiando nuestros pasos en esta noble misión, y que sigamos siendo dignos de la vocación que se nos ha dado. Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam.
✠ 𝔑𝔬𝔫 𝔫𝔬𝔟𝔦𝔰 𝔇𝔬𝔪𝔦𝔫𝔢 𝔫𝔬𝔫 𝔫𝔬𝔟𝔦𝔰, 𝔰𝔢𝔡 𝔑𝔬𝔪𝔦𝔫𝔦 𝔗𝔲𝔬 𝔡𝔞 𝔤𝔩𝔬𝔯𝔦𝔞𝔪 ✠✠✠ FTAT