“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7).
Al atardecer del martes 8 de abril, los miembros de la Orden Templaria SmothMit, animados por la fe y guiados por el amor de Cristo, nos congregamos una vez más en el comedor social de la Virgen de Valvanuz. No nos mueve el afán de protagonismo ni la búsqueda de gloria terrenal, sino el profundo anhelo de servir al prójimo, en quien reconocemos la imagen viva del Señor.
Iniciamos nuestra tarde elevando nuestras plegarias al Altísimo, pidiendo que cada palabra, cada gesto, cada servicio ofrecido, sea digno reflejo del Evangelio. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23). Con este espíritu, nos entregamos a la preparación del lugar con dedicación y reverencia, conscientes de que cada rincón dispuesto, cada mesa alineada y cada cubierto colocado, forma parte de una liturgia de amor.
La gracia de Dios se manifestó de manera particular en la diversidad de rostros que acudieron a compartir el pan. Hombres y mujeres de distintas naciones —latinos, europeos, africanos— se unieron en un mismo espacio, hermanados por la necesidad, pero también por la esperanza. En medio de lenguas y acentos diversos, resonó una única verdad: todos somos hijos del mismo Padre celestial.
El menú ofrecido fue sencillo, pero preparado con entrega: pasta a la carbonara con carne, pavo con papas en salsa, dulces y macedonia de frutas. Fueron 64 almas las que se acercaron, y a cada una de ellas procuramos no solo alimentar su cuerpo, sino también su espíritu. “El que es generoso será bendecido, porque da de su pan al pobre” (Proverbios 22:9).
Un hermano de mirada perdida compartió con nosotros el peso de su dolor: desempleado, desarraigado, sintiendo que todo en su vida se desmoronaba. Escucharlo fue un acto de caridad; responderle con esperanza, una obligación espiritual. Uno de los nuestros le recitó con convicción: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas” (Isaías 40:31). Y en sus ojos cansados, una chispa volvió a encenderse. Su testimonio nos recordó que cada servicio prestado trasciende lo visible y siembra semillas de resurrección en los corazones heridos.
Este ha sido nuestro Décimo primer día de servicio en Valvanuz. El cansancio físico se hace presente, pero se ve eclipsado por la fuerza que el Señor derrama en nuestras almas. “No os canséis de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).
Al anochecer, concluimos nuestra jornada con una oración de acción de gracias. Encomendamos cada rostro, cada historia, cada lágrima y cada sonrisa al cuidado de la Virgen de Valvanuz y de Nuestro Señor Jesucristo. Pues sabemos que, en cada acto de amor, por pequeño que sea, estamos cumpliendo con nuestro llamado más sagrado.
✠ 𝔑𝔬𝔫 𝔫𝔬𝔟𝔦𝔰 𝔇𝔬𝔪𝔦𝔫𝔢 𝔫𝔬𝔫 𝔫𝔬𝔟𝔦𝔰, 𝔰𝔢𝔡 𝔑𝔬𝔪𝔦𝔫𝔦 𝔗𝔲𝔬 𝔡𝔞 𝔤𝔩𝔬𝔯𝔦𝔞𝔪 ✠✠✠ FTAT
