Queridos Hermanos Templarios, considerad que si Dios sacase del infierno a una de las almas que allí residen y le diese lugar de penitencia, ¡Cuan rigurosa penitencia haría! ¡Que agradecida estaría a Dios y con qué fervor le serviría! pues esto mismo has de hacer tú, su Soldado, ya que te ha hecho Dios tan singular merced, cómo es librarte del peligro antes de caer en él.
Concluiré con una devotísima consideración, para conocer la gravedad del pecado y la terribilidad de la Divina Justicia por los castigos que hizo en Jesucristo, no por sus pecados sí no por los míos y por los de todo el mundo.
Pondré pues delante de mis ojos a Jesucristo crucificado, mirando su cabeza espinada, su rostro escupido, los ojos oscurecidos, su brazos descoyuntados, su lengua aheleada con hiel y vinagre, sus manos y pies agujereados con clavos, sus espaldas rasgadas con azotes, su cuerpo lleno de sangre y jirones de su propia carne y su costado abierto con una lanzada; y ponderando como padece todo esto por mí pecados, sacaré varios efectos desde lo más íntimo de mi corazón, ya temblando del rigor de la justicia de Dios, ya llorando mis pecados, que fueron causa de estos dolores y animándome a padecer algo en satisfacción de mis culpas, pues tanto padeció Cristo Señor nuestro para pagarlas.
Por ello Hermano declara la guerra al pecado viendo el estrago que causó en el mundo, y muéstrate con las obras agradecido a Dios al ver cuántas veces te has librado de caer en el infierno.