El templario no es solo un hombre con armadura y manto blanco… es un arquetipo eterno donde confluyen el fervor divino y la sombra humana. Su cruz patada… roja como la sangre derramada y el fuego del Espíritu Santo, no es solo un simple adorno, sino una consagración. Este símbolo es el sello de quien cabalga entre dos mundos… portando la paradoja de ser soldado y monje, guerrero y mártir… encarnando el equilibrio del guardian que avanza sin aferrarse a la victoria… pues su verdadera batalla es interna…es mental y psicológica.
Su espada, que podría evocar violencia, es metáfora del discernimiento… corta las ilusiones del ego, separando lo terrenal de lo eterno, tal como el «Logos» divide la luz de las tinieblas. Su camino refleja la idea de que el obstáculo es el sendero mismo, transformando cada herida en un peldaño hacia lo sagrado. Así, la vida se convierte en una «Ascesis»… un entrenamiento para el alma.
Psicológicamente, el templario es el espejo de la sombra integrada. La psicología analítica lo vería como el héroe que enfrenta sus propios abismos. La cruz sobre su pecho no es símbolo de orgullo… sino un recordatorio de que la humildad es el único antídoto contra la arrogancia. Su manto blanco, manchado por el barro de las batallas revela la eterna tensión entre la pureza ideal y la humanidad caída.
Su búsqueda del Grial simboliza el viaje hacia el centro del alma… donde el cáliz representa el corazón redimido capaz de contener lo divino sin quebrarse. Bíblicamente, es heredero del Buen Pastor, comprendiendo que… «No es con ejército ni con fuerza, sino con mi Espíritu» (Zacarías 4:6). Su devoción y ferocidad reflejan a aquel que limpia el Templo con ira santa, al servicio de un amor que trasciende la comprensión. Como enseña la Escritura: «Sed astutos como serpientes y manso como palomas» (Mateo 10:16), recordando que la verdadera fuerza nace de la entrega, no del dominio.
Vinculado a leyendas místicas y portador de conocimientos ancestrales… el templario evoca el mito del fénix: solo en la destrucción del Ego, el espíritu alcanza la inmortalidad, representando la revelación que florece tras la muerte de lo superficial. La Rosa, como símbolo eterno, también aparece en este camino: una flor de gran importancia en la tradición islámica, con un vínculo inquebrantable entre ambas tradiciones, compartiendo significados similares. Durante las Cruzadas, especialmente en Tierra Santa, los templarios interactuaron con la cultura islámica de diversas maneras… tanto en el plano bélico como en el intercambio de conocimientos. Muchos templarios estuvieron expuestos a la rica tradición filosófica, científica y espiritual del mundo musulmán… lo que les permitió no solo aprender de los avances en matemáticas, medicina, y astronomía, sino también tener contacto con los místicos sufíes. En el sufismo, por ejemplo, la Rosa es un emblema del amor hacia Dios… un amor que florece en el alma del creyente y que se despliega como una revelación espiritual. Así como el templario busca la Rosa, el sufí busca la misma esencia transformando la existencia mundana en un rosal aromático y espiritual que contiene el secreto de la unión con lo trascendental. La rosa también es un símbolo profundamente asociado a María Magdalena y principalmente a la Virgen María, quien es llamada la «Rosa Mística» en la tradición católica. Esta rosa florece en su pureza inmaculada… siendo una flor que no solo representa su santidad, sino también su papel como madre intercesora y guía espiritual. En el Rosario, la Rosa es la flor que se ofrece a María, simbolizando la devoción y el amor incondicional hacia lo sagrado. Como la Rosa, María es vista como una madre que cuida y cultiva las almas, invitando a los fieles a florecer en su gracia. Ser templario es abrazar la paradoja de existir como un guerrero espiritual, librando batallas externas con la certeza de que la única victoria es la paz interior, en un mundo dividido entre el cinismo, el extremismos y el fanatismo religioso… el cuál su legado invita a beber del cáliz de la compasión, incluso cuando el vino también sabe amargo…
«No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mateo 10:28).
Nos Moncada +++. Canciller de Andalucía. Sargento 1 de reclutamiento y Comendador de Sevilla